La mujer de la cama

Eres la mujer
de la cama
de la luz
entre el pelo
de la bata
entreabierta
del abrazo
delicado.

En la habitación
tus largos cabellos
no se sostienen
por la gravedad
sino por la oscuridad

tus ojos de amor
se apoyan
como dedos infantiles
sobre mis labios
cuando hablo,
y de tus besos la saliva dulce
se convierte en mi sangre.

Hoy

las sábanas blancas
la almohada
larga
la luz de la mesa
la ventana
las luces de afuera
y la noche

son las mismas,

tus cabellos,
sin embargo,
reflejan el sol
y tu piel oscura absorbe la luz.

Nosotros habitamos
los mismos cuerpos,
pero aquellos
de la noche estremecida
están en otra parte,
esperando
entre la costumbre
amontonada

como ladrillos sin resolver,
una señal
que no acaba de llegar,
entre los colores,
los olores de esa cama

hecha de ayer,

porque saben que
viene con el viento

y los mantiene
fervientes
como profetas de un dios

solo para ellos dos.

Tigre siberiano

Tigre siberiano

Hoy me enteré de que seducir es como conducir, pero a un lugar peligroso. En el génesis bíblico la serpiente seduce a Eva. La conduce al mal.

Busco la seducción. Que me seduzcan. Que surquen mi cuerpo en la intimidad. El sur. Busco el sur en la intimidad. En público soy más nórdica, puritana, seria. Busco la seguridad de día, en el norte.

Descubrimos juntos la serpiente. Danza delicada de Eurímedes, penetrada por la serpiente progenitora del mundo. Y bailamos descalzos, solos, en la habitación, muchas músicas. Gracias por la habitación y por tus músicas. Por tu sur en el norte. Por habitarme como lo hiciste.

Tienes licencia para conducir. Me basta con cerrar los ojos para sentir la carretera en el cabello, tu cuerpo de tigre siberiano alargado temblar contra mi cuerpo, estás adecuadamente drogado porque no quiero que me devores de un solo bocado, así te puedo disfrutar, conducir tus miembros y hacerte mío, así me puedes comer y disfrutar, sin hacerme daño.

Al despedirse la noche trepo sobre tu cuerpo que me lleva a un desierto blanco en el sur, bajamos laderas de dunas bañadas por el sol del amanecer. Te miro y estás allí, a miles de kilómetros, besándome, y dibujas con saliva en el interior de mis muslos, tu nombre, haces un ribete que baña mis labios e introduces dedos hasta hacerme correr sobre esa carretera que transcurre mi pelo abriéndolo como una mano que baja entre los cabellos.

La danza de la noche se vuelve día, el norte no se torna sur. Tú no puedes estar en todas partes. Tienes licencia para seducir pero tu mundo es el de la noche, transportas material peligroso sobre el lomo de tu piel, y lo llevas siempre al sur, a esas dunas en las que se hunden tus pies desnudos.

Tu cuerpo recorre otra piel, tigre alongado de Siberia, y los quejidos en la noche llegan hasta mis oídos descansados y aguardo, silenciosa, hasta que esa mujer se disuelva, como yo, entre tus cálidas sábanas.

Otro día llegarán los gorriones, con sus crueles primaveras, y alguno de ellos, un poco más dionisiaco que el resto, escapará del vuelo ordenado y geométrico de su bandada, y se comerá tu pancito con deleite, y te llevará a volar lejos, lejos, a donde no conocen ni tú ni el gorrión.

Te mando un beso de dragona,  un beso de fuego de animal inexistente, de los que saben desaparecer.